Ama tu Lima
Domingo 20 de enero del 2013 | 00:14
Ya estuvo bueno de viejos vinagres que salen de nuevo a recordarnos lo hórrida, repugnante y pestífera que es Lima y a lamentarse de tener que vivir en ella sin merecerlo, pese a lo muy frustrados que están y a lo mucho que la aborrecen.
Paren de sufrir.
Por el momento, vecina: Lima es lo que hay.
Y al que no le guste, que se mude a Londres.
O se meta un clavado desde el puente Balta en las tornasoladas aguas del Río Hablador.
Beto Ortiz,Pandemonio
bortiz@peru21.com
bortiz@peru21.com
Lima es la casa, y todos sabemos, desde
chiquitos, que la casa, por muy triste que sea, se respeta.
Yo no creo
que Lima sea una ciudad fea en sí misma.
Los feos, en todo caso, somos
nosotros, que la hacemos inviable, inevitable, invivible, inhabitable.
Para comenzar diré en su defensa que Lima, por todas partes, tiene mar
y, en consecuencia, amplia ventaja sobre muchas capitales del mundo:
Lima tiene amplia ventana al infinito.
El océano curte el espíritu y las
pieles y ennoblece a quienes vivimos frente a él aunque por tantísimo
tiempo le hayamos vuelto la espalda, traicioneros, condenándolo a ser
traspatio, pampón y botadero.
Lima no tiene cielo, también dicen sus
difamadores. Su cielo es ceniciento, plúmbeo, panza de burro.
El cielo
sin cielo de Lima (Zavaleta dixit).
Pero alguna vez oí a alguien decir
que el cielo de Lima no era gris sino plateado, y la idea me encantó.
Me
quedo con eso: el acero y la plata son menos pomposos y, aunque solo
fuera por esa razón, siempre serán más elegantes que el oro pacharaco de
los templos del verano. Lima es plateada y palteada: metal y
melancolía.
¿Lima limita? Limita con la locura y coquetea con el abismo.
Lima es pudorosa y putilinga. Rucona y monjil, sobrada y humilde.
Vieja
pobre y nueva rica. Lima es y no es. Es fina misia, regia chusca,
analfabeta viajada y cholona señorial.
Lima no es ni fu ni fa, pero sí
fo. Wachiturra culta. Blanquiñosa y sacalagua, fina y ordinaria,
siliconeada y pelopintado, callejonera y balnearia.
Sublime y pedorra.
Huachafita ficha. Lima limón es limonada pero, esencialmente, es chicha.
Lima es rechicha y también rechucha.
La gente se queja de que Lima es triste
porque es nublada, porque es muy húmeda, porque no es todo lo verde que
debería, porque jamás cae lluvia, porque chorrea apenas una raquítica
garúa, porque no hay las suficientes buganvillas en flor.
La gente de
Lima se queja porque quejarse es lo que mejor le sale. De todo
lloriqueamos los limeños, de todo reclamamos, somos expertos en armar la
gran pataleta, la cagazón del año por cualquier cojudez.
¿De dónde nos
vendrá todo ese espantoso engreimiento?, ¿qué virrey cretino nos habrá
hecho semejante daño?, ¿quién nos convenció a los limeñitos de que
teníamos derecho a vivir lamentándonos de todo?, ¿de dónde sacamos esta
manía estúpida de creernos siempre la divina pomada?
Ay, sí, los
ambulantes me crispan, ay, sí, la luz de Lima me deprime. Pero por
supuesto que Lima es triste, nunca seremos Río de Janeiro ni queremos
serlo.
Es precisamente ahí donde radica su belleza, aturdidos.
En
cualquier calle del centro es posible encontrar a la poesía que no es
necesariamente el carnaval, que es, más bien, la elegancia de la pena.
Es en esta ciudad de tristes corazones donde mis padres –todavía jóvenes
enamorados y ya pensando en la casa propia– alguna vez abrieron un
restaurant que no llegué a conocer y al que llamaron Limeñísima.
Es este el lugar en el que trabajaron de sol a sol, en el que se
rompieron los lomos sin descanso para que algún día ocurrieran aquí sus
mejores sueños. Yo, por ejemplo.
Lima es mi casa porque es el lugar que
escogieron mis padres y los padres de mis padres.
Para que yo viera la
suerte que tenía, un señor caminante de maletín negro, ese distinguido
visitador médico que es mi papá, me llevaba de peregrinación por Villa
María del Triunfo cuando no era un distrito sino una gran barriada
polvorienta donde las casas eran tan frágiles como en el cuento de los 3
chanchitos, donde el agua la traían en camiones.
Y las sabrosas calles
de Breña las conocí muy chico de la mano de la estricta señora directora
de un colegio del jirón Restauración.
Un colegio que era tan pequeño
que no tenía patio, de modo que, para salir al recreo, había que
recorrer varias cuadras hasta llegar al complejo deportivo, un colegio
que no tenía nombre sino número:1022 y al que yo asistí desde los 3 años
porque la estricta señora directora no tenía con quién dejarme y me
llevaba diariamente a su trabajo, donde era muy feliz dibujando y
leyendo, leyendo y dibujando, para que vean ustedes la suerte que yo
tenía.
En esta ciudad transcurrieron mis más fantásticas aventuras:
tomar por asalto los torreones del Castillo Rospigliosi cuando vivía,
rodeado de canales de TV, en la austera Santa Beatriz, o internarme de
explorador en esos extensos sembríos donde, mientras se cavaban los
primeros cimientos de una futura urbanización, todavía pastaban con
desgano las holgazanas vacas de San Borja.
Es por estas calles que más
he guerreado y reporteado, paseado mi humanidad, perreado y
mataperreado.
Es por estas veredas que he buscado lo inencontrable,
suspendido la realidad y arrastrado el alma.
En Lima nací, en Lima
aprendí a caminar, leer y escribir; en Lima fui a mi primer tono, fumé
mi primer cigarro y me pegué mi primera bomba; en Lima me enamoré la
primera vez y me enamoraré la última; en Lima aprendí el periodismo y
salí a cubrir mi primera comisión cuando los carros circulaban por el
Jirón de la Unión y también reventaban, de vez en cuando, cargados de
anfo y dinamita en las esquinas.
Aquí me he sentado a conversar con
presidentes, sabios, putas y narcos.
Aquí me han invitado a grandes
coloquios y banquetes, y me han llevado, de grado o fuerza, a
tribunales.
Es este el lugar de la tierra donde más me he sido agraviado
pero es, sobre todo, el lugar de la tierra donde más he sido abrazado,
de modo que es en este aire que hoy respiro donde quiero que algún día
se esparzan mis tóxicas cenizas.
¿Cómo podría yo atreverme a renegar de
esta ciudad?
Pero desde la puerta de esta crónica yo
miro la avenida Tacna con amor: automóviles, edificios desiguales y
descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el
mediodía gris.
¿En qué momento se había jodido el Perú? ¿El Perú?
El Perú no se ha jodido, miserables.
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